Soltando el juramento implícito de aceptar lo “suministrado”, necesito decir con violenta franqueza lo que debía callar:
Lástima da tu egocentrismo, tu lengua enmudecida, y esa cabeza que vive reprimiendo caricias, verdades, y sentimientos de tu “corazón sensible”.
Lástima da que te creas inventor perspicaz de reglas de seducción cuando no sabes jugar ni a/con las damas, y solo lastimas por ser esclavo aun de tus inseguridades.
Por eso necesito que te largues, desclavarte, soltarte, desatarme, desprenderme, escribir el punto final que corte la adicción inútil de girar a tu alrededor.
Necesito borrar el tatuaje invisible de tu nombre en la palma de mi mano, y en el parpado interior de mis ojos, que devolvía tu imagen en cada pestañeo.
Es hora de dar libertad a esta presa, desasir lo que estaba sujeto, soltar la espada, la cuerda. Descoser la costura de alguna prenda que nos sacamos, y soltar los puntos de una herida ya cicatrizada.
Necesito dar salida a lo que estaba detenido y confinado. Soltar el agua. Soltar la sangre, dejarla fluir.
Sin explicaciones, sin descifrar argumentos, decido relevarte de cumplir lo que me debes y te voy perdonando… soltando también la dificultad de saberte envuelto en otros brazos.
Te suelto… tarde lo sé, pero te suelto y rompo finalmente, en una señal de afecto interior, en esta risa y llanto tan liberador.
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